TRES
MESES EN PALMA
Aquí
estamos, atrapados en el hotel.
-A
mal tiempo buena cara -me anima Paco.
Los
primeros días tenía ganas de llorar. Pasamos la mayor parte en el salón
acristalado del ático. El Saratoga tiene vistas al mar y a la catedral. La tele
está puesta a todas horas. Los muertos se cuentan a miles, los infectados
aumentan. Ahora mis lágrimas son por todos ellos. Las personas mayores somos
grupo de riesgo. He llamado a Madrid, hemos hablado con nuestros hijos. Nos
recomiendan que tengamos cuidado. El panorama es desolador, no hay camas
suficientes, ni respiradores. Estamos en guerra, una guerra que se extiende por
todo el mundo. También caen los médicos, las enfermeras, los policías, los
soldados.
Nos
enteramos de que en las residencias de ancianos de toda España se produce una
masacre, se mueren casi todos. Faltan mascarillas para prevenir.
A
los huéspedes nos aíslan. Cuando llega abril abren la mano, parece que el virus
se está controlando. Al bajar al comedor veo a Berta, la amiga mallorquina que hicimos
el mismo día de nuestra llegada. Vive aquí y decidió por un impulso pasar una
semana en el hotel. Le hago señas con la mano. Pregunto si le permiten
compartir mesa con nosotros. Dudan, al final acceden. Cada noche cenamos juntos,
cada noche despliega sus conocimientos y nos conduce a un lugar distinto. Así
comienza nuestro viaje frustrado. Habíamos trazado nuestro plan de recorrer
Palma, y Berta nos había indicado por dónde desplazarnos contándonos la
historia de cada rincón. Hasta que nos prohibieron salir. Ahora retoma el
itinerario.
-Voy a callejear con vosotros.
Berta tiene más o menos
nuestra edad y está jubilada. Es un placer escucharla.
-Si continuamos por esas calles, saldremos a
la Plaza de la Reina. Enfrente, están los jardines del Hort del Rei; desde la época de los moros era el huerto del palacio
de
-La Seo
-continúa- se construyó junto a la antigua mezquita mayor, en el siglo XIII.
Cuando se terminó, en el s. XVI, se derruyó la mezquita. El rosetón, detrás del
altar mayor, es el más grande del mundo, tiene cien metros cuadrados y más de
doce metros de diámetro; es el ojo que ha vigilado la bahía desde siglos de los
ataques berberiscos. La ciudad fue edificada sobre la musulmana y las murallas
renacentistas se colocaron alrededor de las medievales. A principios del siglo
XX las echaron abajo, sólo quedan algunos tramos. Después de Cort están las
calles de los artesanos, el Call (barrio judío), la Plaza Mayor, la Plaza de
España. En la ciudad baja vemos el paseo del Borne, la Rambla y el ensanche.
“Ahora llegamos a las vías estrechas,
flanqueadas por casas señoriales; son palacios renacentistas con patios y
escalinatas. Atravesamos las plazas de Santa Eulalia y de San Francisco
presididas por sus respectivas iglesias góticas. El día que podáis salir no
dejéis de tomar un helado en C’an Joan de
S’Aigo, no me miréis así, significa casa Juan del Agua. Es la chocolatería
más antigua de Palma, todo lo hacen artesano, como antiguamente. Son exquisitos
los bizcochos cuartos, suaves y esponjosos, el chocolate a la taza, las ensaimadas
individuales y el helado mallorquín de almendra cruda; una exquisitez
deliciosa. Se fundó en mil setecientos y mantiene su estilo rancio, con las
mesas redondas y la encimera de mármol blanco, con las sillas de madera y el
respaldo ovalado”.
Como en las Mil y una Noches, Berta
deja su relato para el día siguiente. Me comenta que antes, a las once de la
noche, empezaba jazz en vivo en la séptima planta. Da tristeza observar cómo la
vida ha dado un cambio tan radical.
Llega la siguiente cita y Berta
prosigue donde lo dejó.
-Desde Génova se domina el
muelle y el castillo de Bellver. El castillo circular, con su hermosa torre del
homenaje, está enclavado en la cima de un montículo, rodeado de un bosque con
varios kilómetros de pinos. Es la defensa emblemática que enseñorea la bahía,
la primera estructura que destaca cuando los barcos hacen su entrada en el
puerto. Creo que sólo hay otro castillo circular en Nápoles y se construyó bajo
la dominación española. Bellver data del siglo XIII. Jaime II, rey de Mallorca,
lo destinó para protegerse de las incursiones islámicas. En el XIX fue prisión
de Jovellanos.
-Necesito conocer la historia de los judíos,
la de los conventos, la de los palacios, la de las murallas… -le insisto,
porque sé que lo sabe todo.
-No te voy a contar lo que
puedas leer en los libros, sino únicamente lo que define el espíritu de los
habitantes de esta Isla. Por aquí han pasado muchas civilizaciones. El islam ha
dejado huella, como también los judíos y la Inquisición, pero sobre todo, la
condición de insularidad es la que ha marcado nuestro carácter; ella nos ha
hecho reservados con los forasteros. Puede que el mar sea el culpable de que no
conozcamos la prisa; ningún mallorquín escapa a su templanza, ni a la belleza
de ver la luna de agosto reflejarse en sus aguas.
-Quiero leeros un párrafo
del libro de Santiago Rusiñol La Isla de la Calma.
Siempre reina la calma, donde los hombres
nunca llevan prisa, donde las mujeres no envejecen nunca, donde no se malgastan
palabras, donde el sol se detiene más que en ninguna parte…
-Palabras
hermosas que definen lo que os he dicho.
Empieza
mayo. Ha terminado el estado de alarma. Nos despedimos de Berta y de esta
ciudad que nos ha dejado la huella de la nostalgia.
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