miércoles, 29 de diciembre de 2021

EL JAMÓN

EL JAMÓN

 

 

            Huelva, 15 de diciembre de 2021

Querido primo: te voy a enviar uno de mis jamones por Navidad. Te preguntarás que a qué viene este regalo, lee atentamente y sabrás por qué. Hace años, cuando éramos pequeños y jugábamos juntos en Jabugo, en el barrio El Repilado, te acordarás de que nos acercábamos al Secadero para contar los que estaban colgados. Había cientos, unos grandes y otros pequeños, todos tenían la fecha de la puesta en salmuera, algunos goteaban y se nos hacía la boca agua. Nos quedábamos con las ganas de probar esos perniles que debían saber a gloria. En cambio, en casa de Joaquinito los servían en Navidad. Su padre era el propietario y era rico y jamás nos invitó a comerlo. Nosotros nos conformábamos con el chorizo y el besugo, que entonces estaba barato. Cuando nos hicimos mayores, tú te marchaste para la Isla esa de Mallorca a mejorar, que decían entonces, yo me quedé cuidando la huerta de padre. Resultó que con veintiún años me casé con la Escolástica, la hija del contrabandista, que, sin yo saberlo, estaba repleto de billetes. Y no tardó su padre en adquirir la empresa de jamones por un precio exorbitado, ¿quién me iba a decir que me hincharía a placer de los Jota, o sea los cuatro y cinco Jotas que tanto se cotizan en el extranjero? Hace unos días tuve un amago de infarto y me acordé de ti, no quiero ser como Joaquinito que nunca nos invitó a su mesa. Por eso te envío como obsequio navideño un jamón Cinco Jotas. Dime si te parece bien que lo mande a esta misma dirección.

Con afecto. Jaime.

Respuesta a la carta.

Palma, 18 de diciembre de 2021

Querido Jaime: te agradezco mucho tu magnífico regalo, sobre todo por lo que significa para nosotros. Yo también he prosperado. Empecé como albañil, luego como camarero, los turistas no paran de venir, y al final, he montado mi propia empresa de restauración. Preferiría que el jamón lo enviaras al Apartado, número 409. Me estoy separando de mi mujer y no quiero que se entere. Yo, a cambio, te enviaré unas sobrasadas de matanzas extraordinarias.

Con cariño.

Juan.

El día veinticuatro de diciembre, Eustaquio y Antonia charlaban en la central de Correos de Palma. Les había tocado guardia, justamente ese día. Estaban agotados, todo el mundo se había puesto de acuerdo para enviar paquetes al extranjero o a la Península al mismo tiempo. Antonia pensaba en Manuel y en sus dos hijos que tomarían el chocolate de Maitines solos, a las doce, porque el servicio de ella no acababa hasta las seis de la mañana. Únicamente celebraban la Navidad, como era costumbre. “Esta noche no me esperéis, les había dicho, son horas extra, aunque obligadas”. Y Manuel se conformó, desde la pandemia se había quedado en paro con un ERTE que ya había concluido.

Eustaquio era soltero y vivía solo. Le había invitado su amigo Jerónimo a una cena sencilla y el día veinticinco a la tradicional comida.

Habían cerrado ya la estafeta, ellos debían trabajar seleccionando los fardos hasta la madrugada, cuando cambiara el turno, ordenando paquetes de todos los tamaños y dejándolos preparados para el reparto del día siguiente.

Uno de ellos llevaba la dirección equivocada, lo miraron por delante, por detrás y por los lados, era un bulto con forma de guitarra. “¿Qué será? El Apartado número 409 no existe. ¿Qué hacemos? Tampoco tiene remite. Lo dejaremos esperando a que alguien lo reclame”. Antonia suspiraba contemplándolo, la Nochebuena se le hacía interminable. Eustaquio sacó una botella de tinto del cajón de su mesa y dos vasos que guardaba para la ocasión, y sirvió ambos.

-Se nos hará larga la noche. A nuestra salud -brindó.

Antonia respondió rasgando un trozo del papel.

-Tengo curiosidad, ¿no será una bomba?

-No seas ceniza, es de algún olvidadizo.

-Sí, pero es raro que la dirección no exista y que tampoco haya remite, ¿te has fijado cómo huele?

 Eustaquio acercó la nariz al envoltorio.

-Parece jamón -y rompió un poco más.

Entonces se le iluminó el rostro y continuó tirando del cartón hasta que se mostró un manjar sabroso y oloroso.

-¡Vaya!, esto sí que es una sorpresa. ¿Y si cortáramos un poquito?

-De acuerdo, solo para probarlo.

Eustaquio cogió del estante la navaja multiusos y repartió dos lonchas.

-Falta el pan.

-He traído una barra para matar el hambre, nos servirá -repuso Antonia.

Estaba exquisito y Eustaquio cortó otras dos. Luego fueron dos más y, así, poco a poco, el jamón iba menguando. Antonia sentía un pelín de remordimiento cuando vio junto con los demás paquetes amontonados en el suelo un sobre y se agachó a recogerlo. Ponía: Para vosotros. Dentro, un papel con las palabras: Que disfrutéis del jamón.


En la mitad de la noche, las manecillas del reloj corrían, quien se paseara por las calles observaría las luces, los abetos de las casas iluminados con bombillas de colores, el brillo de las estrellas. Nadie se fijaría en los dos funcionarios que celebraban la Nochebuena con jamón “Cinco Jotas” y vino tinto.

Más allá, En Jabugo, Jaime se frotaba las manos esperando la respuesta de su pariente. Tampoco sospechaba que Juan se había inventado la dirección por dos motivos. Uno, porque no deseaba deberle nada a su primo. Dos, porque el verdadero regalo de Navidad se lo cedía a los afortunados de Correos que dieran con el obsequio. Esa era su forma de celebrarla, proporcionándoselo a alguien desconocido que lo necesitara más que él.  

A las seis de la mañana los dos compañeros se despedían algo achispados y alegres, llevaban cada uno la mitad del jamón que les correspondía gracias a la caja de herramientas de la oficina. Esa Navidad habría “Cinco Jotas” en su mesa.

 

   

 

  

 

 

domingo, 3 de octubre de 2021

EL ALMIRANTE

EL ALMIRANTE

 

 

         El almirante hojeó el cuaderno de bitácora. Quedaba todo escrito, todo se había perdido. Uno de sus hijos había participado en la batalla, él aún sentía la mordedura de la metralla en la pierna. Ahora recordaba la hermosa bahía de Manila invadida por la escuadra americana y al comodoro Dewey celebrándolo en el Olympia con champán.

            Dos lágrimas recorrían su rostro, los hombres también lloran, y más, cuando había sufrido el abandono de Segismundo Bermejo, ministro de la Guerra, y el del Presidente del Consejo de Ministros, el liberal Sagasta. España qué lejos les quedaba, qué sabían los gobernantes de los territorios conquistados en 1571 por Legazpi. Él se había dejado la piel luchando contra los moros joloanos, rescatando cautivos de las islas de Mindanao, Borneo, Samar o Cebú.  

            La codicia americana, la holandesa, todas las potencias deseaban el gobierno de las islas y su posición estratégica en los mercados orientales. Qué oportuna fue la explosión del Maine en Cuba. Estados Unidos ya tenía la excusa para declarar la guerra a España. Los cruceros del Apostadero, con algunas máquinas inservibles, no reunían las condiciones para luchar contra el gigante y prefirió salvar a los marinos de los barcos y a los civiles de tierra. Se refugió en la ensenada de Cavite y, una vez incendiado el buque insignia, el María Cristina, ordenó que se destruyeran todas las naves para evitar que se apoderaran de ellos los enemigos. La derrota era un hecho.

             Desde la prisión aguardaba el momento del juicio, en su opinión injusto, le culpabilizaban del desastre sin aceptar que no atendieron a sus demandas de torpedos y cuando mandaron las minas, llegaron tarde. ¿Qué podía hacer él ante la impotencia?, ¿cómo competir con sus cañones averiados y lentos frente a la rapidez de las máquinas de los americanos? Tomó la decisión más humanitaria, salvar vidas. Pero para unos políticos que deseaban encubrir su torpeza, sólo los que mueren son héroes, los que sobreviven son traidores.

            Mientras en el Consejo de Guerra se enfrentaba a la degradación y al fin de su brillante carrera, pensaba en el hijo que luchó a su lado valientemente y en lo insoportable que era para él y para el menor asistir a la más flagrante humillación de la Historia.  

            Unos años después, los dos hijos del Almirante morían en circunstancias poco claras. Se comentaba el suicidio aunque no hubo pruebas.   

 

 

martes, 28 de septiembre de 2021

UNA FOTO PARA LA HISTORIA

UNA FOTO PARA LA HISTORIA

ALEPO, SEPTIEMBRE DE 2015

Me llamo Juan y asisto a la sentencia de muerte de una mujer. No puedo resistirme a inmortalizarla en una fotografía, a través de su mirada leo sus palabras, iguales a las de otras mujeres que han sufrido un calvario parecido.  

            “Estoy arrodillada ante mis ejecutores en medio de la calle, rodeada de hombres radicales armados; me han obligado a pesar de mi resistencia, y en esta actitud humillante espero la muerte. El imán y dos de sus seguidores me han descubierto, no era difícil, lo he hecho para provocar. Hablan, no entienden cómo he tenido el valor de hacerlo, he incumplido una de sus normas, yo, una simple mujer siria, un objeto cuyo único valor es servirles de diversión.  ¡Qué atrevimiento!, merece la muerte, dicen. Soy musulmana suní, no creo en su religión, la que ellos han inventado, practico la verdadera, la que predicó Mahoma. Sé que, como mujer, soy libre y tengo derechos. Les he desafiado abiertamente porque no pueden imponerme su tiranía.

            En 1960 mi madre estudió en la universidad de Alepo. Vestía al estilo occidental y trabajó como profesora. Tuve una niñez feliz en los años setenta, iba a la escuela y, al salir, jugaba con mis hermanos y mis amigas. En 1980 comencé los estudios universitarios. Conocí a un estudiante, nos enamoramos y nos casamos. Hace un año que murió decapitado por miembros del Estado Islámico.

            Cuando empezó la guerra, en 2011, Raaszim se había unido al Ejército Libre. Con el bombardeo de Homs, Daraa y otras ciudades, la angustia me consumía hasta que llegaban noticias suyas. En 2014 decidimos ir juntos a Kobaré, en Kurdistán, para unirnos al ejército. Me alisté con las mujeres peshmerga, mujeres soldado que se enfrentan a la muerte para luchar contra los yihadistas. Los he visto correr despavoridos ante el temor de morir a manos nuestras. Para ellos sería perder el paraíso. Yo me alegraba al descubrir su espanto.

A Raaszim lo capturaron en una emboscada, y yo juré vengarme. Continué unos meses con las mujeres kurdas contemplando la brutalidad a la que eran sometidas las prisioneras, eran su botín de guerra. Vi violaciones de veinticuatro horas seguidas en niñas y jóvenes para luego venderlas como esclavas. Vi mutilaciones y toda clase de torturas. Yo deseaba plantarles cara de alguna manera, la vida ya no me importaba.

Conseguí llegar a Alepo. La ciudad estaba medio derruida. De los portales de los edificios colgaban las reglas de los radicales. El Estado Islámico prohíbe a las mujeres vestir con colores llamativos, llevar ropa estrecha, transparente o minifalda. También deben someterse a la mutilación genital y usar el velo o niqab. Vi con horror que el yihadismo se había implantado.

Me escondí en la casa de mis padres donde ahora vive mi cuñada, preparando mi venganza. Quería transgredir esa orden que nos deshonra y nos convierte en objeto de uso y maltrato. Deseaba pregonar nuestros derechos, los de las mujeres árabes, como seres humanos y libres. Hubiera querido ponerme una minifalda y una blusa transparente, y salir así, para que todos me vieran.

He pasado quince días rebuscando en el baúl de mi antiguo cuarto. No había ningún resto de la ropa que usaba cuando era joven. Esta mañana he encontrado algo. En el fondo, he descubierto una chaqueta de color rojo y me la he puesto sobre el chador negro consciente del pecado que estoy cometiendo. De esta manera he salido a la calle, con la cabeza alta, sin mirar a nadie. Me he sentido burlada, me han insultado, y cada mirada de desprecio me ha servido de aliciente para continuar mi desafío. De repente, alguien me ha cogido de los brazos y me ha forzado a arrodillarme.

Agachada, en esta postura vil, veo la cara furiosa del imán que sermonea a los guerrilleros. Acaba de sacar una pistola del bolsillo y apunta a mi sien. Estoy sentenciada, voy a morir en unos instantes. Son los suficientes para que todos oigan mi voz, los que pasan en este momento, los que se paran para recrease con el morbo de mi ejecución y los que sacan sus teléfonos móviles y me fotografían. Sé que mi foto dará la vuelta al mundo, y aprovecho para gritar a mi asesino que soy libre y mujer, y que no tiene derecho a matarme sólo por llevar una chaqueta roja, una prenda occidental que era mía, porque antes la libertad era norma en el país. Digo que me llamo Faradida y quiero que mi nombre perdure en nuestra historia. Un ruido seco cierra mi boca y mi cuerpo se derrumba”.      

 

 

 

A todas las mujeres que han dejado huella en la historia, las que se han enfrentado a un mundo hostil, las que han escrito con su sangre las palabras: IGUALDAD Y LIBERTAD dando testimonio al mundo por los siglos.