Me dijeron que
la laguna esconde secretos, por eso voy cada día al atardecer y me siento junto
a la orilla y espero, pero sólo oigo los suspiros de la superficie cuando el
aire la riza. Atravieso el pequeño bosque, luego se me va el tiempo
contemplando el agua. Por el camino me he cruzado con el hombre más viejo del
pueblo y me ha dicho que tenga paciencia, la dama del agua no tardará en
aparecer. Él la ha visto varias veces; he tenido suerte, me dice, sale cada
cinco años al llegar el otoño. La dama del agua me seduce, sé que la buscaré,
que no cejaré hasta que no hable con ella, debo descifrar su lenguaje, por eso
espero... Continuará.
martes, 10 de enero de 2012
Pues señor, era una vez...
Madò Coloma era vieja,
con una edad indefinible. Las arrugas plagaban su rostro como caminos secos.
Tenía los cabellos blancos, muy cortos, el cuerpo menudo y huesudo. Vestía
conforme a sus largos años, siempre de oscuro, usaba zapatillas de paño, en invierno
y de tela, en el verano. Los días de fiesta se endomingaba; se atrevía a romper
el negro con una camisa blanca y una saya opaca, ofreciendo, como contraste, el
aspecto de una ficha de dominó. En el pueblo era considerada la más anciana;
hasta su habla era angosta y áspera, como ella misma, pero eso no le quitaba
encanto a la hora de explicarse. Madò Coloma era fuerte, caminaba mucho sin
cansarse, hacía las tareas de la casa y cuidaba su pequeño huerto. Ella sabía
que no era tan vieja como aparentaba, aunque no recordaba su fecha de
nacimiento.
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