martes, 10 de enero de 2012

Pues señor, había una vez...

Pues señor, era una vez...


      Madò Coloma era vieja, con una edad indefinible. Las arrugas plagaban su rostro como caminos secos. Tenía los cabellos blancos, muy cortos, el cuerpo menudo y huesudo. Vestía conforme a sus largos años, siempre de oscuro, usaba zapatillas de paño, en invierno y de tela, en el verano. Los días de fiesta se endomingaba; se atrevía a romper el negro con una camisa blanca y una saya opaca, ofreciendo, como contraste, el aspecto de una ficha de dominó. En el pueblo era considerada la más anciana; hasta su habla era angosta y áspera, como ella misma, pero eso no le quitaba encanto a la hora de explicarse. Madò Coloma era fuerte, caminaba mucho sin cansarse, hacía las tareas de la casa y cuidaba su pequeño huerto. Ella sabía que no era tan vieja como aparentaba, aunque no recordaba su fecha de nacimiento.