13 de marzo.
Llegamos a Palma ayer
domingo por la noche, el tiempo es perfecto, primaveral. Es la temporada ideal
para viajar, y nosotros, al estar jubilados, podemos disfrutar de este lujo.
Palma es una ciudad mediterránea, luminosa. Según he leído, al mediodía hace
calor casi de verano. Antes de salir de Madrid me informé a través de On Line sobre
las temperaturas medias de
-Ya te decía que dos eran
suficientes, tanto peso te ha traído problemas.
-
¿Qué tendrá que ver que me pierdan una maleta con que pesen más o menos?
-Tiene
que ver con lo que pones dentro, que parece que llevas piedras.
-
¿Y a ti que más te da si no cargas con ellas? Vamos a estar un mes y lo
necesito todo. (Entre nosotras, las “piedras” que dice Paco, son mis libros; me
gusta llevármelos conmigo, aunque luego no tenga tiempo de leerlos).
-Nunca
has sido práctica.
-Paco,
que te conozco, si yo llevo piedras, tú llevas más. ¿O creías que no me iba a
dar cuenta? Has traído la caña de pescar y la escopeta de caza. Y habíamos
quedado en que te ibas a olvidar de tus hobbies.
-No
es lo mismo, a mí no me han perdido ninguna maleta.
-Mira
Paco, hemos venido a pasarlo bien, ¿entonces por qué discutimos?
Los
dos nos miramos y nos quedamos callados; al cabo de un rato nos reímos como si
tal cosa.
Estas discusiones tontas e insulsas las
mantenemos a veces y es que si Paco no protestara un rato no sería él. Y yo…,
yo no dejo que quede encima, lo que sí intento es dialogar para llegar a
acuerdos.
Nuestro
hotel se llama Saratoga; está en pleno centro de la actividad comercial de
Palma, en el Paseo Mallorca, una de las zonas residenciales. Como dirían
nuestros hijos, el hotel (un cuatro estrellas) es una pasada. En el séptimo
piso, desde el bar restaurante completamente acristalado, se dominan la
catedral, el Baluarte de San Pedro (para los mallorquines Es Baluard), el Paseo Marítimo y el mar.
Bajamos
a desayunar a las nueve y media. Todo está ocupado. Distinguimos a una señora
mayor, sola; le preguntamos si podemos sentarnos a su mesa; nos responde muy
amable: “no faltaba más” y nos presentamos; nos dice que su nombre es Berta,
que es mallorquina y escritora. Pienso que hemos tenido mucha suerte, sobre
todo por sus deseos de hablar con la gente; podré hacerle todas las preguntas
que despiertan mi curiosidad.
Berta
tiene su casa en Palma, en la parte antigua, la casa de sus antepasados, y dos
veces al año se permite el placer de residir en el Saratoga durante una semana.
-Fue
un impulso. Podéis creer que es una excentricidad, pero considero que los
impulsos nunca hay que subestimarlos; son las razones que nos empujan a
disfrutar plenamente de las cosas; en mi caso, yo los obedezco, cierro los ojos
y me lanzo al “vacío”; eso es lo más emocionante, no saber si el deseo valdrá o
no la pena y luego me alegro de regalarme esos gustos y los repito siempre.
Me satisface gozar de la amistad de Berta, es
una persona interesante. Le pregunto.
-
¿Qué nos aconsejaría exactamente que hagamos?
-Paula,
llámame de tú, me hace sentir joven. Creo que lo que habéis planeado es
correcto. Podéis comenzar visitando Es
Baluard, que está a dos pasos. Al
lado del baluarte, junto a la antigua muralla renacentista, se ha construido un
museo de arte moderno y contemporáneo. Es de 1997 y pertenece a un consorcio
entre una fundación particular, el Consell
Insular, el Govern de Les Illes Balears y el Ayuntamiento de Palma.
“La
zona, antiguamente, era un barrio de pescadores, marineros y artesanos
relacionados con los astilleros, por eso, en el sótano del museo, se conserva
un gran aljibe que proveía de agua a los barcos anclados en el puerto. Después
continuáis por el Paseo Marítimo, siguiendo la orilla, hasta el Club de Mar. Es
un espectáculo ver las decenas de mástiles de las embarcaciones de recreo
juntarse unas con otras, son los andamios del mar. Regresáis por la acera de
enfrente; está llena de hoteles de los años treinta y cincuenta, reformados;
pasáis por el Auditórium, edificio con varias salas, dedicado a conciertos, balés,
ópera y teatro. Es obligado hacer una parada en el café Capuccino. A este café, los mallorquines y los extranjeros
afincados en la Isla van a desayunar los domingos para tomar el sol, leer el
periódico y relajarse. Después, siempre en la misma dirección, llegaréis al
Paseo de Sagrera; allí está el Consolat
de la Mar, actualmente sede de la presidencia del Govern, y La
Lonja, convertida en museo; ambos, en épocas anteriores, eran instituciones
dedicadas a actividades náuticas y a transacciones comerciales.
-Berta,
nos encanta tu explicación, hemos conocido a la mejor guía.
-Palma
es una ciudad pequeña, las distancias son cortas -continúa haciendo caso omiso
a mis palabras-. Después de la Lonja está El caballito de Mar, un restaurante
de pescado, y por las callecitas de atrás, encontraréis el barrio de
Apuntadores, con bares de tapas y restaurantes, uno al lado del otro.
-Gracias,
Berta, seguro que nos encantará; para nosotros todo es nuevo y el día es precioso.
Hasta la noche.
En
el vestíbulo del hotel hay un revuelo. La televisión está puesta. El presidente
habla muy serio.
“Desde
esta mañana se declara el estado de alarma, quedan confinados todos los
españoles en sus casas debido a la extensión del coronavirus…”
No
escuchamos más. Paco y yo nos miramos desolados. Es el principio y el fin de
nuestro viaje.
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