sábado, 8 de agosto de 2020

VIAJE A PALMA

 

 VIAJE A PALMA


 

13 de marzo.

 

Llegamos a Palma ayer domingo por la noche, el tiempo es perfecto, primaveral. Es la temporada ideal para viajar, y nosotros, al estar jubilados, podemos disfrutar de este lujo. Palma es una ciudad mediterránea, luminosa. Según he leído, al mediodía hace calor casi de verano. Antes de salir de Madrid me informé a través de On Line sobre las temperaturas medias de la Isla. Como no me fío de los del “tiempo” he facturado dos maletas para mí y una para Paco; él opina que el equipaje ha sido excesivo. Para colmo, me han perdido una y no ha aparecido en el hotel hasta después de comer.

-Ya te decía que dos eran suficientes, tanto peso te ha traído problemas.

            - ¿Qué tendrá que ver que me pierdan una maleta con que pesen más o menos?

            -Tiene que ver con lo que pones dentro, que parece que llevas piedras.

            - ¿Y a ti que más te da si no cargas con ellas? Vamos a estar un mes y lo necesito todo. (Entre nosotras, las “piedras” que dice Paco, son mis libros; me gusta llevármelos conmigo, aunque luego no tenga tiempo de leerlos).

            -Nunca has sido práctica.

            -Paco, que te conozco, si yo llevo piedras, tú llevas más. ¿O creías que no me iba a dar cuenta? Has traído la caña de pescar y la escopeta de caza. Y habíamos quedado en que te ibas a olvidar de tus hobbies.

            -No es lo mismo, a mí no me han perdido ninguna maleta.

            -Mira Paco, hemos venido a pasarlo bien, ¿entonces por qué discutimos?

            Los dos nos miramos y nos quedamos callados; al cabo de un rato nos reímos como si tal cosa.

 Estas discusiones tontas e insulsas las mantenemos a veces y es que si Paco no protestara un rato no sería él. Y yo…, yo no dejo que quede encima, lo que sí intento es dialogar para llegar a acuerdos.                 

            Nuestro hotel se llama Saratoga; está en pleno centro de la actividad comercial de Palma, en el Paseo Mallorca, una de las zonas residenciales. Como dirían nuestros hijos, el hotel (un cuatro estrellas) es una pasada. En el séptimo piso, desde el bar restaurante completamente acristalado, se dominan la catedral, el Baluarte de San Pedro (para los mallorquines Es Baluard), el Paseo Marítimo y el mar.

            Bajamos a desayunar a las nueve y media. Todo está ocupado. Distinguimos a una señora mayor, sola; le preguntamos si podemos sentarnos a su mesa; nos responde muy amable: “no faltaba más” y nos presentamos; nos dice que su nombre es Berta, que es mallorquina y escritora. Pienso que hemos tenido mucha suerte, sobre todo por sus deseos de hablar con la gente; podré hacerle todas las preguntas que despiertan mi curiosidad.

            Berta tiene su casa en Palma, en la parte antigua, la casa de sus antepasados, y dos veces al año se permite el placer de residir en el Saratoga durante una semana.

            -Fue un impulso. Podéis creer que es una excentricidad, pero considero que los impulsos nunca hay que subestimarlos; son las razones que nos empujan a disfrutar plenamente de las cosas; en mi caso, yo los obedezco, cierro los ojos y me lanzo al “vacío”; eso es lo más emocionante, no saber si el deseo valdrá o no la pena y luego me alegro de regalarme esos gustos y los repito siempre.

             Me satisface gozar de la amistad de Berta, es una persona interesante. Le pregunto.

            - ¿Qué nos aconsejaría exactamente que hagamos?

            -Paula, llámame de tú, me hace sentir joven. Creo que lo que habéis planeado es correcto. Podéis comenzar visitando Es Baluard, que está a dos pasos. Al lado del baluarte, junto a la antigua muralla renacentista, se ha construido un museo de arte moderno y contemporáneo. Es de 1997 y pertenece a un consorcio entre una fundación particular, el Consell Insular, el Govern de Les Illes Balears y el Ayuntamiento de Palma.

            “La zona, antiguamente, era un barrio de pescadores, marineros y artesanos relacionados con los astilleros, por eso, en el sótano del museo, se conserva un gran aljibe que proveía de agua a los barcos anclados en el puerto. Después continuáis por el Paseo Marítimo, siguiendo la orilla, hasta el Club de Mar. Es un espectáculo ver las decenas de mástiles de las embarcaciones de recreo juntarse unas con otras, son los andamios del mar. Regresáis por la acera de enfrente; está llena de hoteles de los años treinta y cincuenta, reformados; pasáis por el Auditórium, edificio con varias salas, dedicado a conciertos, balés, ópera y teatro. Es obligado hacer una parada en el café Capuccino. A este café, los mallorquines y los extranjeros afincados en la Isla van a desayunar los domingos para tomar el sol, leer el periódico y relajarse. Después, siempre en la misma dirección, llegaréis al Paseo de Sagrera; allí está el Consolat de la Mar, actualmente sede de la presidencia del Govern, y La Lonja, convertida en museo; ambos, en épocas anteriores, eran instituciones dedicadas a actividades náuticas y a transacciones comerciales.

            -Berta, nos encanta tu explicación, hemos conocido a la mejor guía.

            -Palma es una ciudad pequeña, las distancias son cortas -continúa haciendo caso omiso a mis palabras-. Después de la Lonja está El caballito de Mar, un restaurante de pescado, y por las callecitas de atrás, encontraréis el barrio de Apuntadores, con bares de tapas y restaurantes, uno al lado del otro.

            -Gracias, Berta, seguro que nos encantará; para nosotros todo es nuevo y el día es precioso. Hasta la noche.

            En el vestíbulo del hotel hay un revuelo. La televisión está puesta. El presidente habla muy serio.

            “Desde esta mañana se declara el estado de alarma, quedan confinados todos los españoles en sus casas debido a la extensión del coronavirus…”

            No escuchamos más. Paco y yo nos miramos desolados. Es el principio y el fin de nuestro viaje.

           

 

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