domingo, 3 de octubre de 2021

EL ALMIRANTE

EL ALMIRANTE

 

 

         El almirante hojeó el cuaderno de bitácora. Quedaba todo escrito, todo se había perdido. Uno de sus hijos había participado en la batalla, él aún sentía la mordedura de la metralla en la pierna. Ahora recordaba la hermosa bahía de Manila invadida por la escuadra americana y al comodoro Dewey celebrándolo en el Olympia con champán.

            Dos lágrimas recorrían su rostro, los hombres también lloran, y más, cuando había sufrido el abandono de Segismundo Bermejo, ministro de la Guerra, y el del Presidente del Consejo de Ministros, el liberal Sagasta. España qué lejos les quedaba, qué sabían los gobernantes de los territorios conquistados en 1571 por Legazpi. Él se había dejado la piel luchando contra los moros joloanos, rescatando cautivos de las islas de Mindanao, Borneo, Samar o Cebú.  

            La codicia americana, la holandesa, todas las potencias deseaban el gobierno de las islas y su posición estratégica en los mercados orientales. Qué oportuna fue la explosión del Maine en Cuba. Estados Unidos ya tenía la excusa para declarar la guerra a España. Los cruceros del Apostadero, con algunas máquinas inservibles, no reunían las condiciones para luchar contra el gigante y prefirió salvar a los marinos de los barcos y a los civiles de tierra. Se refugió en la ensenada de Cavite y, una vez incendiado el buque insignia, el María Cristina, ordenó que se destruyeran todas las naves para evitar que se apoderaran de ellos los enemigos. La derrota era un hecho.

             Desde la prisión aguardaba el momento del juicio, en su opinión injusto, le culpabilizaban del desastre sin aceptar que no atendieron a sus demandas de torpedos y cuando mandaron las minas, llegaron tarde. ¿Qué podía hacer él ante la impotencia?, ¿cómo competir con sus cañones averiados y lentos frente a la rapidez de las máquinas de los americanos? Tomó la decisión más humanitaria, salvar vidas. Pero para unos políticos que deseaban encubrir su torpeza, sólo los que mueren son héroes, los que sobreviven son traidores.

            Mientras en el Consejo de Guerra se enfrentaba a la degradación y al fin de su brillante carrera, pensaba en el hijo que luchó a su lado valientemente y en lo insoportable que era para él y para el menor asistir a la más flagrante humillación de la Historia.  

            Unos años después, los dos hijos del Almirante morían en circunstancias poco claras. Se comentaba el suicidio aunque no hubo pruebas.