IMPOTENCIA
Desde
la ventana veo volar las palomas, algunas se arrullan. La primavera amanece madura,
el sol calienta tibio, la vida nace. Me asomo para respirar un aire más limpio
que el de ayer. Con la ausencia de vehículos soltando gases todo se renueva.
Las calles vacías, asépticas y desoladas, la gente que mira tras los cristales
de sus casas como celdas de abejas, y la Naturaleza que muestra descarada el
nacimiento de los brotes y las hojas recién nacidas verde-claro de los árboles,
mientras los ojos de la gente están tristes.
Alejamiento o retirada del mundo,
del trabajo, de la vida, y la muerte cercana, así lo percibo. En mi cartera
solo me quedan veinte euros, en el banco, nada. Me prometía unos meses de
verano felices. Entre mi mujer y yo ganábamos suficiente. Este año habíamos
decidido pasar las vacaciones en un pueblo de Galicia con los dos pequeños.
Ella, como limpiadora del hotel, y yo en mi profesión de camarero, juntábamos
un buen salario.
Son las ocho de la noche, oigo las
palmas de los vecinos. Una furgoneta cargada con productos de supermercado se
detiene frente a mi portal. Las lágrimas se deslizan por mi cara. Yo no puedo
comprar. En la nevera queda una caja de leche y media docena de huevos. Hoy
cenaremos, mañana será otro día.
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