EL
REGRESO
Abro
los ojos, el cielo es azul transparente, a través de la ventanilla veo los
campos cubiertos de árboles. Una paloma lleva en el pico una rama de olivo.
Poco a poco me doy cuenta de que estamos quietos, la nave se ha posado sobre un
montículo en algún lugar.
- ¿Han pasado ya cuarenta días y
cuarenta noches? -pregunto al que maneja los mandos.
-Según cómo lo cuentes, para
nosotros eso es, justo y cabal, para vosotros han transcurrido varios siglos.
Un ser híbrido entre hombre-mujer que bien
podría ser las dos cosas juntas, me acaba de contestar, acciona varios botones
del panel, abre la compuerta verticalmente y desliza la escala rampante. Con un
gesto me indica que debemos descender. Bajamos atropelladamente, somos cientos,
hombres y mujeres, adolescentes y niños. Los animales son los últimos, van
mansos, han estado en cautividad, los gestos fieros han desaparecido.
Ya en el suelo, lo piso con fuerza,
estoy en una tierra blanda y húmeda. Una arboleda extensa se bifurca hacia los
lados, enfrente y detrás. No se advierten viviendas ni nada parecido. Muy
lejano oigo el rumor del mar. La gente comienza a correr, ríe y llora, se
abraza. Tomo asiento sobre una piedra, intento hacer memoria, no reconozco
nada. Un anciano se me acerca, me da la mano y me tranquiliza.
-Esta es la Tierra Prometida, en una
época había continentes y una civilización muy avanzada. Todo lo destruyó el
hombre; antes de perecer la humanidad completa llegó una nave a rescataros a unos
pocos, entrasteis en el arca y también muchas otras especies vivientes, las de
mayor tamaño se quedaron, ahora han desaparecido.
Después de sus palabras, cierro los
ojos y creo recordar. Al principio solo había humo, los pueblos y las ciudades
se poblaban de una niebla densa, apenas se divisaban las nubes, más tarde la
temperatura comenzó a subir, el hielo nórdico se derretía y nadie intentaba
remediarlo. Pasado un tiempo, se oyó un estruendo más ensordecedor que el
trueno, el cielo se tiñó de noche, se abrió en dos mitades, y un aguacero
inmenso, como cortinas de agua, caía con fuerza. Entonces vi una luz que se
acercaba y se posaba a mis pies. Era una nave, en su interior, un homínido con
ademán imperativo me obligó a subir. Subíamos y planeábamos continuamente
recogiendo personas diferentes de todas las razas y animales de todos los
géneros. Sé que cuando terminó, me quedé dormida.
-Esta tierra es hermosa -respondí.
-El planeta ha vuelto a nacer. Se ha
regenerado tras el caos, es la segunda vez y si no lo cuidáis, no habrá una
tercera oportunidad.
El anciano se incorporó, caminó
lentamente hacia el receptáculo, cruzó los peldaños y el batiente se cerró. El
artefacto era inmenso, se balanceó en el aire y se elevó vertical, hasta
convertirse en un punto invisible.
No acertaba a averiguar el criterio
que habían seguido esos entes extraños para elegirme a mí, ni para escoger a
quienes compartimos el encierro, ¿cuarenta días y cuarenta noches? Eso fue con
Noé. El arca o la nave, como se la quiera llamar, se posó en el monte Ararat. Y
comenzó el crecimiento de la humanidad otra vez. Atrás quedaban las culturas
antediluvianas con sus bestias, el contorno de los continentes, los secretos
sepultados bajo la lluvia perpetua, nunca se supo cuál fue el motivo de la
destrucción universal. Y los hombres habitaron un nuevo mundo que poco a poco
fuimos devastando.
La Historia se repite, miro el cielo
transparente cubierto con un velo de gasa, los campos repletos de árboles
frutales, las flores huelen a vida; percibo la alegría de las aves, el zumbar
de las abejas y el trabajo incesante de las hormigas. Estreno el flamante
paraíso, el nuestro.
Quiero
ser como ellas, edificar, construir, formar una sociedad y conservar este
regalo que es nuestro planeta. ¿Será esto posible?, me pregunto. Pienso en las diferentes
especies, si poseen un instinto natural para preservar el hábitat, no me cabe
duda, el hombre también.
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